29-03-2024 12:48:08 AM

De terror, la procuración de justicia en Puebla

Por Valentín Varillas

Se llama Carlos y trabaja como gerente en una gasolinera poblana.

Como un día cualquiera, acudió al banco a depositar parte de la venta diaria.

Antes siquiera de poder ingresar al Santander de la calzada Zaragoza, fue interceptado en la calle por un par de sujetos armados que lo despojaron de los 50 mil pesos que llevaba.

La inconveniente fuga de información de algún trabajador al servicio del expendio de combustible facilitó el atraco.

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Para eliminar cualquier sospecha que pudiera recaer sobre él y para dejar testimonio legal de que ese dinero le había sido robado, acudió a la Fiscalía General del estado a levantar a consabida denuncia.

Desde el mismo momento en e que ingresó al edificio de la 31 oriente, se dio una idea del calvario que le esperaba al enfrentar al obeso e ineficiente monstruo burocrático.

Eran poco menos de las dos de la tarde.

Después de un par de horas de esperar su turno, por fin pasó con el agente del MP que le tomaría la declaración de hechos.

El mal humor del funcionario público y el trato ríspido -notorio desde el saludo- no auguraban un día de campo.

Carlos explicó lo que había pasado, tratando de ser lo más exacto posible en la descripción de circunstancias, hechos, lugares, fisonomías, complexiones y demás.

Le llamó la atención el hecho de que el agente no registraba textualmente lo relatado por él en la integración de la averiguación previa.

Como ciudadano víctima de la delincuencia, cuestionaba, preguntaba, inquiría; quería saber qué iba a hacer la autoridad para llevar ante la justicia a quienes lo acababan de robar.

Como respuesta, recibía invariablemente un gélido silencio.

En cambio, empezaron a aparecer los infaltables guiños de la corrupción.

Que si quería que el asunto caminara, había que “apoyar” para que se hicieran las investigaciones.

Que estaban cortos de recursos y que no contaban con los elementos mínimos necesarios para llevar el tema a buen puerto.

Carlos dejó pasar las tentadoras sugerencias, por más explícitas que fueran.

No podía, ni quería gastar dinero en un procedimiento que de por sí no iba a llevar a la captura de los delincuentes.

Al ver que no iba a poder sacar nada, el MP cambió su postura, abandonando la pasividad que había mostrado al inicio.

Fue así como inició la metamorfosis de víctima a sospechoso.

Empezaron los cuestionamientos a su actuar y a su decir.

Su palabra se degradó a los ojos de quien en teoría debe aportar elementos para la procuración de justicia y fue acusado de caer en contradicciones.

El agobio fue inmisericorde.

Otros funcionarios se sumaron al escarnio.

Asustado, el demandante no sabía realmente qué hacer.

Bajo el pretexto de la obligatoriedad de darle forma al retrato hablado de los ladrones, fue confinado a una oficina vacía para esperar que llegara el dibujante.

Horas y horas pasaron y nada.

La desesperación era cada vez peor.

Mientras, los funcionarios ganaban tiempo en espera de poder llegar a algún acuerdo.

Por fin llegó el aludido y se procedió al tan ansiado retrato.

Terminado el trámite, otra vez la nada.

De repente, todo se aceleró, como por arte de magia.

Ya con la presencia del abogado del grupo gasolinero, las cosas comenzaron a fluir.

Después de horas de ineficacia, la denuncia quedó lista

Al final, la rúbrica de la víctima que ponía fin al periplo y registraba oficialmente la querella.

Pasaban ya de las 9 de la mañana.

Carlos tardó 19 horas en levantar una denuncia por robo en la Fiscalía General del estado de Puebla.

Debe ser un récord mundial.

La anécdota podría ser curiosa si no fuera tan trágica.

Es la realidad del sistema de procuración de justicia local.

Ese que, en contraparte, funciona con la precisión de un relojero suizo cuando de ajustar cuentas con los “enemigos” del régimen se refiere.

¿Cultura de la denuncia?

¿Así?

¿Cómo?

La gran transformación en la materia, anunciada con bombo y platillo al inicio del sexenio, no fue más allá de la construcción de un nuevo edificio que es un horno en temporada de calor y que invariablemente se inunda en temporada de lluvias.

Los usos y costumbres siguen ahí, arraigados por décadas como un cáncer maligno que genera impunidad, esa que es la causa principal que explica el aumento incontrolable de la delincuencia en Puebla.

Felicidades.

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