28-03-2024 07:05:43 AM

Diódoro-Carrancá: vergonzosa huida

Por: Valentín Varillas

Sucedió apenas hace un par de semanas.

En el grillísimo restaurante El Desafuero comían -por intercesión de Manlio Fabio Beltrones- Ricardo Henaine Mezher -compadre del sonorense- y el delegado del CEN del PRI en Puebla, Rogelio Cerda Pérez.

Todo iba muy bien.

Hablaban de las expectativas reales del tricolor para recuperar el gobierno estatal, de la estrategia que seguiría el partido en campaña y de cómo se veía -más allá de la óptica poblana- el último año del gobierno de Rafael Moreno Valle y sus posibilidades de aspirar seriamente a la presidencia de la República.

Las cosas empezaron a cambiar cuando al lugar llegó el Secretario General de Gobierno, Diódoro Carrasco.

Siguiendo los postulados básicos de la cortesía política, el oaxaqueño se acercó a la mesa que compartían Henaine y Cerda, para saludarlos.

El delegado correspondió amablemente al saludo.

El empresario no.

Mayúscula fue la sorpresa del novel funcionario estatal cuando el poblano lo dejó con la mano extendida y le espetó a la cara sin ningún pudor: “yo no saludo a traidores, a chaqueteros que cambian de partido e ideología por conveniencia”.

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¡Madres!

El silencio que se hizo fue sepulcral.

Prudente, Diódoro se retiró a la mesa que le habían asignado, en donde esperaría pacientemente a su acompañante.

Minutos después, hizo su aparición el Fiscal del estado, Víctor Carrancá.

Ajeno completamente al tema político, no fue hasta el lugar donde comían Henaine y Cerda y mucho menos emitió saludo alguno.

Probablemente ni siquiera sabía de quiénes se trataba.

La llegada de Carrancá enojó todavía más al ya de por sí molesto exdueño del Puebla, el cual, con el pasar del tiempo y el correr del vino tinto, se convirtió en una auténtica bomba de tiempo.

La explosión detonó cerca de una hora después de que el fiscal se sentó a su mesa.

Súbitamente, sin previo aviso, se acercó a donde comían los morenovallistas y encaró a Carrancá.

Le reclamó, sobre todo, la manera en la cual el gobierno del estado había recuperado, en febrero de 2012, el edificio conocido como El Mesón del Cristo, lugar que por décadas sirvió como sede y centro de operaciones del periódico El Heraldo de Puebla.

Para Henaine -aunque se trata de un inmueble que forma parte de los activos públicos poblanos- se habían cometido abusos en la manera en la cual se llevó a cabo el operativo realizado en ese entonces.

El reproche se centró en supuestos abusos cometidos en contra del personal que laboraba en el periódico, al que según el empresario ni siquiera les permitieron sacar sus pertenencias personales.

Ahí se quedaron, entre otras cosas: grabadoras, computadoras, teléfonos y demás herramientas necesarias para realizar el trabajo diario.

Nada de lo anterior, sobra decirlo, pudo ser recuperado.

La reacción de Carrancá fue el mutismo más absoluto.

De plano no podía asimilar lo que estaba ocurriendo.

Alguien se atrevía a encararlo y reclamarle sobre su desempeño como servidor público.

Imposible, increíble e inadmisible.

En función de los tonos del reclamo, el grupo había ya acaparado las miradas de los demás comensales.

El delegado Cerda, víctima de la más brutal pena ajena, de plano no se movió de su lugar.

El famoso Pedrito hacía hasta la imposible porque la calma regresara a su establecimiento.

Después de un par de minutos francamente complicados, por fin llegó la cordura.

Henaine regresó a su lugar y todo volvió a la normalidad.

Sin embargo, casi de inmediato, los funcionarios estatales liquidaron su cuenta y salieron de inmediato del lugar.
Su personal de seguridad, que esperaba afuera su salida, se sorprendió por lo súbito de la misma.

-¿Qué pasa? -preguntaron.

-¿Todo bien?

La respuesta de Diódoro fue de antología, casi casi un clásico:

“Adentro hay un pinche loco que no nos deja de molestar”.

Muy cerca de ahí, lo encargados de la seguridad de Henaine escucharon todo.

Minutos después, cuando su patrón salió del lugar, preocupados le preguntaron:

“Señor ¿está usted bien?, dicen los políticos que se acaban de ir que adentro hay un pinche loco que trae de cabeza a los comensales”.

Tranquilo, muy tranquilo, su jefe contestó:

“No se preocupen, estoy muy bien”.

“Por cierto, ese pinche loco era yo”.

Para Ripley.

abajovale

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