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2015: estampa del México surrealista

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Él y su círculo más íntimo se han visto envueltos en indignantes escándalos de corrupción, se ha demostrado que las instituciones a su cargo siguen infiltradas por grupos criminales y por si fuera poco, debido a sus constantes yerros, en redes sociales se le ha retratado como un personaje de caricatura, sin la capacidad necesaria para llevar adecuadamente las riendas del país.

Sus niveles de popularidad y confianza, por lo mismo, son los más bajos para un mandatario nacional en los últimos 20 años y apenas se encuentra a la mitad de su segundo año de período.

Las encuestas, todas, no dejan lugar a dudas.

La tendencia constante ha sido a la baja y la lógica normal indicaría que la caída continuará a medida que aumente el desgaste natural por el ejercicio de gobierno.

Los grandes problemas nacionales siguen sin resolverse:

La inseguridad aumenta, la moneda se deprecia, la descomposición social crece sin control y el sentimiento de que en México impera el “desgobierno” es prácticamente generalizado.

A pesar de este sombrío panorama, Peña es sin duda el gran ganador de la contienda electoral del pasado domingo.

Las cifras indican que tendrá por lo menos 197 diputados federales emanados de su partido, los que sumados a los que llegarán a San Lázaro por otros partidos con los que el tricolor ha llegado a alianzas y acuerdos importantes, tendrá la mayoría legislativa necesaria para navegar con un congreso cómodo.

Es más, en algunos estados del país como Coahuila, Chiapas, Durango, Hidalgo, Nayarit, Quintana Roo, Tamaulipas, Tlaxcala y Zacatecas, el PRI ganó todos, absolutamente todos los distritos que estaban en juego.

¿Cómo explicar lo anterior?

¿Qué pasó?

En teoría, lo normal hubiera sido que la pésima imagen presidencial y el monumental desprestigio que arrastra, se tradujera en contundentes derrotas electorales para el partido gobernante y la consecuente minoría legislativa.

Se supone que la rabia y el coraje ciudadano tendría que haberse expresado en las urnas, manifestando una voluntad de cambio y afectando los intereses del grupo en el poder.

En realidad, fue todo lo contrario.

Lo anterior refuerza un punto que comentaba con usted en una entrega anterior: el voto cada vez tiene que ver menos con la voluntad popular y cada vez más con la operación electoral que se da desde las más altas esferas de la política y del servicio público.

Los que están ahora podrán ser pésimos gobernantes, pero son magníficos operadores electorales.

Con todo lo que esto implica.

Somos en realidad rehenes de los miles de millones de pesos del erario que se desvían para fines electorales y de la intencional mediocridad de la oferta de candidatos y partidos que pretenden contagiarnos de una apatía tal que nos aleja masivamente de las urnas.

abajovale

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