25-04-2024 02:15:27 AM

Predominancia en el paradigma educativo

Hagamos un ejercicio: tiene usted diez segundos para decir la mayor cantidad de imágenes de lo primero que viene a su mente cuando escucha la palabra: Educación.

Ahora contésteme con sinceridad cuáles fueron las primeras imágenes que vinieron a su mente.

Un altísimo porcentaje, me han manifestado que lo primero que viene a sus mentes son imágenes de: escuela, estudiantes, niños, exámenes, libros, maestros, vacaciones, receso/recreo, sueldo, etcétera; cuando la pregunta se plantea de profesionales dedicados a labores educativas, contestan así  9 de cada 10.

Lo interesante del ejercicio que le vengo exponiendo -y que he realizado innumerables veces durante conferencias en escuelas públicas y privadas- es que me he encontrado que casi nadie vincula educación con alegría, salud, paisajes, ciudad, progreso, etc. En el mejor de los casos imágenes asociadas con metodologías pedagógicas, compañerismo y otras de distinta índole afloran como por el turno 7 en adelante.

En efecto, las personas que están al frente de un grupo de estudiantes pasan dos tercios de su vida en una escuela: primero como estudiantes y luego como docentes.

Como, en México y muchos países latinoamericanos, la formación de las personas se reduce al ámbito escolar, ahí se deposita en gran medida la responsabilidad del progreso de los países y es también a dicho sector al cual se le imputan las culpas de nuestras desgracias como la violencia, la corrupción y otros males.

No se trata de negar los aportes del sistema escolar formal a las sociedades modernas, pero  los países considerados en el mundo como los más avanzados educativamente han ido más allá, porque durante décadas generaron sistemas formales flexibles, y las sociedades extendieron a la vida diaria gran parte de la carga formativa de sus habitantes: a los espacios públicos, a la conformación de células culturales, a las organizaciones no gubernamentales, al fomento de espacios de intercambio de saberes, entre otros.

No es ilógico lo anterior cuando se tiene presente que es mucho el tiempo de nuestra vida que pasamos en una escuela,  pero es más el que pasamos fuera de ella. ¿O no?

Lamentablemente esta predominancia mental de circunscribir la educación a la escuela también es una característica de los especialistas y de la burocracia que se ha generado en torno a la formación de las personas y de las sociedades.

Como sociedad somos corresponsables con los profesores de la educación de todos, por eso tenemos que empezar a cambiar nuestros paradigmas educativos para ser facilitadores del aprendizaje, en vez de “dificultadores” por reducir la educación al pequeño ámbito de la escuela, cuando tenemos la vida misma para abrir nuestros horizontes de aprendizaje.

Bien se afirma que si no se conoce o acepta la situación real de algo, entonces difícilmente se podrá cambiar el estado que guarda dicho fenómeno. Así sucede con los esquemas que predominan en la mente de quienes propiciamos espacios formativos para las personas.

Como en otros temas que hemos abordado, aquí sale a relucir que gran parte los tropiezos que se presentan en el desarrollo educativo de las personas tienen que ver con circunscribir dicho universo exclusivamente a la modalidad formal, es decir, que se toman como sinónimos: educación y escuela.

Esto que parece simple no es fácil de aceptar y menos de asumir por parte de quienes laboran en el ámbito escolar público y privado, porque llevan aparejadas una serie de implicaciones que cuestionan seriamente lo que se hace día a día en la formación de los otros y de sí mismos.

Aunado a la predominancia mental o mejor dicho “miopía educativa” machacada por generaciones -por lo menos desde el siglo XVIII con el llamado despotismo ilustrado– se han ido concentrando, por ignorancia y/o por conveniencia, recursos de toda índole a una modalidad educativa en detrimento de los entornos no formales e informales. Pero no se requiere sólo de presupuesto, sino de voluntad así que ¿por qué no empezar ahora?

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